Violeta Yangüela
En la campaña presidencial de Bill Clinton, su
esposa Hillary Clinton, la hoy candidata
presidencial por el Partido Demócrata de los Estados Unidos, se le ocurrió
decir que se pudo haber quedado horneando galletitas de chocolates y tomar el
té, pero lo que se había propuesto era tener éxito en su profesión. Su afirmación se correspondía con todo el
pensamiento y las acciones del rol de la mujer a partir del proceso de la
liberación sexual de las féminas.
Sin ninguna duda que lo ha conseguido.
Nancy Pelosi, la primera mujer en alcanzar la posición de
“Speaker” de la Cámara de Representantes del Congreso en el discurso de su toma
de posesión le daba las gracias a su marido, a sus cinco hijos y a sus nietos
por haberle dado su amor, su apoyo y su confianza para pasar de la cocina al poder.
En la actualidad, Nancy debe conversar con el
presidente de Nigeria para explicarle la participación de la mujer en la
política. Muhammadu Buhari ha afirmado que el lugar de su esposa Aisha
está en la cocina, no en la política. Dice el presidente, “su lugar es mi
cocina, mi comedor y el resto de habitaciones de mi casa”. A la esposa se le ocurrió hacer un comentario
sobre su apoyo en su reelección si no cambiaba su rumbo y no remodelaba su
gobierno.
La imagen de la mujer profesional y en
competencia con el varón que se hizo válida, era la de demostrar su capacidad
de decisión, su inteligencia, su fortaleza, su
igualdad ante el varón, en pocas palabras, “su hombría”. No es coincidencia que la Primer Ministro
(¿Primera Ministra?) de Inglaterra, Margaret Tacher le apodaran con el
sobrenombre de la Dama de Hierro.
A pesar de la participación femenina en el
proceso histórico, desde Safo de Lesbos, Isabel II de Inglaterra, la Marianne
de Francia y la española Isabel, solo para mencionar algunas, la preeminencia del masculino en el lenguaje
incluyendo el femenino, ha sido la norma.
En la actualidad se le llama sexismo. En un lenguaje excluyente.
Son las tendencias sociales y políticas
partidarias para eliminar lo que se entiende como un uso sexista del
lenguaje. Ya no se dice la presidente,
se dice la presidenta.
¿Y por qué no el presidento?
De acuerdo a una información en los medios
globales el profesor y filólogo Rodrigo Galarza se dedicó a examinar las 297 páginas
del acuerdo de paz en Colombia y a eliminar todos los adjetivos del “lenguaje
incluyente”. Luego de la eliminación, el
acuerdo quedó en 204 páginas, 93 menos.
Por supuesto, el debate ha llegado a la Real
Academia Española (RAE).
Dice el académico Ignacio Bosque: “Es la
estructura de las lenguas románticas. Todas utilizan el masculino plural
genérico para ambos sexos. Por motivos atávicos, patriarcales, antropológicos.
Los que se quieran esgrimir pero así es. ¿A qué precio se puede cambiar ese uso
que se ha convertido desde siglos en natural?
¿Se eliminará el uso de nombres genéricos para
diferenciar masculino y femenino y aceptar las actuales tendencias sociales y
políticas? ¿Otro lenguaje para diferenciar al colectivo de Lesbianas,
Gays, Bisexuales y personas Transgénero (LGTB)?
v.yanguela@codetel.net.do
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