Violeta Yangüela
Las dos grandes religiones son llamadas “del
Libro”. Unos, la Biblia los otros, El
Corán. Como hijo de Dios llegó al mundo fue crucificado y sus seguidores perseguidos,
Mahoma logró la victoria durante su vida.
Conquistó territorios, creó un Estado y un ejército, hizo la guerra,
promulgó leyes, impuso impuestos. En pocas palabras, gobernó y ésas acciones fueron santificadas y
ampliadas en la tradición islámica.
En sus conquistas, los islámicos impusieron su idioma, su
Estado y la ley divina. El Estado es la
religión, la religión es el Estado y Dios es la cabeza de ambos con el Profeta
como su representante en la tierra. Sin
imágenes, sin estatuas, sin películas, sin humor y sin caricaturas.
En la
concepción islámica Dios es el soberano de la comunidad, la única y última
fuente de la autoridad y de la legislación. No existe diferencia entre la ley
de la Iglesia y la ley del Estado. Aceptada como origen divino, regula todos
los aspectos de la vida civil, comercial, criminal, constitucional.
Por la
tradición de la ley islámica de la inferioridad de los infieles, y el
consiguiente rechazo a sus avances
científicos y técnicos, el infiel se convirtió en la punta de lanza que aún hoy sirve para la conservación y la
defensa de sus raíces religiosas, del poder político y por supuesto del poder
económico.
La
civilización islámica se define por su religión. Dar al-Islam, La Casa de la
Paz todo el territorio gobernado por el islamismo. El resto, Dar-al-Harb, La Casa de la Guerra, habitado por todos los infieles que no
profesan la fe y no aceptan un gobierno islámico.
Los
cristianos recibieron otras
instrucciones: Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de
Dios. Con imágenes, con estatuas, con
películas con humor y caricaturas.
En la
concepción del mundo cristiano el secularismo, resolvió el conflicto entre
Iglesia y Estado. Por un lado, la Iglesia y su jerarquía y por el otro, el
Estado y la monarquía. Más tarde, la
separación entre Iglesia y Estado adoptada
por la Revolución americana y la
Revolución francesa, impidió el uso de la religión por el Estado y al mismo
tiempo el uso del poder estatal para imponer su religión a otros.
A partir de
la derrota en Viena, la amenaza no sólo
era política y militar sino que empezaba a resquebrajar la estructura de la
sociedad islámica. También el cristianismo poseía una fe con sentido de misión parecido y con
la creencia de poseer la revelación final divina y sobre todo el deber de
expandirla.
Durante
siglos, los islamistas parecían haber quedado marginados de la historia,
regímenes corruptos ricos productores de petróleo, sociedades derrotadas y
condenadas al subdesarrollo y la injusticia perpetuas.
En la
actualidad, parecería que esa amenaza persiste.
¿Son los ataques
terroristas islámicos una respuesta
defensiva ante la amenaza de la modernidad y en consecuencia un resurgir de su esencia totalitaria divina?
v.yanguela@codetel.net.do
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